Se efectuó el bloqueo preventivo del sitio “The
Pirate Bay” en Argentina.

En plenos fastos del Mundial de Futbol el asunto sólo interesó a los usuarios de
TPB o a los que se preocupan porque los intentos por regularizar Internet suelen
parecerse demasiado a actos de censura, pero a fines de junio la justicia
argentina a instancias de denuncias de CAPIF -Cámara Argentina de Productores
de Fonogramas y Videograma- sobre violaciones a los derechos de difusión y
distribución de sus contenidos, lo bloqueo preventivamente mientras estudia el
caso o mejor dicho, ordenó a las empresas que proveen Internet que lo haga en
su nombre.
Es probable que hayan apuntado a TPB por su popularidad, porque su nombre alude
a las bahías apartadas donde solían fondear las naves piratas y su logo es un
galeón antiguo con la bandera de huesos cruzados. Una osadía que sus fundadores
ha pagado caro, porque hay miles de sitios similares.
Sin embargo, a menos que se haya pensado en usar las denuncias y el bloqueo
como escarmiento simbólico, no tiene incidencia “real” puesto que esos sitios
no almacenan contenidos “reales”, sino enlaces o direcciones y bloquearlos equivale
a arrancar el índice de un libro en una gran biblioteca. Un incidente menor, que
además termina jugando en contra, como prueba: al día siguiente la página de
CAPIF amaneció hackeada y redireccionada al mismísimo “The Pirate Bay” y la
cantidad de visitas no ha bajado sustancialmente porque hay atajos bastante
sencillos.
Para quienes no sepan demasiado de qué va la cosa se puede visitar la página de
CAPIF -ya vuelta a la normalidad- o ver TPB-AFK
(Simon Klose; 2013). Un documental que se distribuyó online y al que se puede
acceder legalmente con sólo googlear el título -traducible literalmente como “Lejos
del teclado”- y muestra quiénes son los “piratas” y cómo viven entre denuncias.

Un ejercicio ilustrativo y hasta necesario, porque la regularización -o no- de
Internet es una discusión o disputa cada vez menos lejana o virtual.