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De la recurrencia de las comedias protagonizadas por grupos más o menos humorísticos.
Categoría: Cine

De la recurrencia de las comedias
protagonizadas por grupos más o menos humorísticos.

Hace pocos días se estrenó Bañeros 5:
Lentos y cargosos
(Rodolfo Ledo; 2018), nueva secuela de lo que no es -al
menos formalmente- ni una saga, ni una franquicia.
Las entregas previas no tuvieron buenas críticas, pero la convocatoria de público
superó el inconveniente, quizá porque los chicos y adolescentes que vieron Los bañeros más locos del mundo -dirigida
por Carlos Galettini y estrenada en febrero de 1987- no tenían otra propuesta
para su edad o porque los nombres de los comediantes de turno impulsaban a seguirlos
en pantalla grande.
Este quinto título no está ni cerca de lograr lo que los anteriores y en muchas
salas no se sostuvo una segunda semana, pero a futuro no faltarán otros grupos
variopintos relacionados con el humor intentando aprovechar la temporada alta
en las salas.
Son comedias que no puede llamarse corales porque están protagonizadas por una barra
o combo casi sin líneas de relato diferenciadas; tampoco son específicas de la
cinematografía Argentina y hasta podría seguírseles el rastro hasta los mismos
comienzos del cine, cuando acá era llamado biógrafo.
Los primeros actores y actrices que se animaron a trabajar para la tecnología
creada por los Hermanos Auguste y Louis Lumiere no fueron de nombre, porque ellos
la veían como bastarda y de poca monta.
En esos lejanos comienzos a finales del siglo XIX y principios del XX, los
realizadores trasladaban técnicas teatrales al nuevo medio con un resultado
modesto y los intérpretes que se ponían frente a la cajita de madera -literalmente-
eran artistas de variedades igualmente modestos.
Humoristas, payasos, acróbatas -como los padres del gran Charlie Chaplin de
quienes aprendió el oficio- o magos -como el futuro pionero del género
fantástico George Méliés- , cuyos actos de pocos minutos eran ideales para sus cortos.
Entre esos artistas estuvieron los cinco Hermanos Marx -Groucho, Harpo, Chico
los mayores; Zeppo y Gummo los menores-, hijos de inmigrantes europeos que
comenzaron haciendo música y humor en teatros pobretones a principios del siglo
veinte; lograron suceso en Broadway y de allí pasaron al cine dejando una
huella imborrable.
Su debut fue en Los cuatro cocos
(Robert Florey, Joseph Stanley; 1929) y la mayoría de sus comedias se
convirtieron en clásicos influyentes en el género y varias aparecen en las
listas de los mejores largometrajes de la historia
Cuando algo tiene tanto éxito suele ser largamente copiado y en diferentes
décadas se ha reciclado la fórmula del grupo que protagoniza tramas alocadas, con
diversos resultados.
Los correlatos argentinos -émulos sería demasiado decir- fueron “Los cinco
grandes del buen humor”, un grupo cómico musical que comenzó en 1940 en la
radio, otra proveedora del cine antes de la llegada de la TV.
Integrado por Zelmar Gueñol, Juan Carlos Cambón, Guillermo Rico, Rafael Carret
y el recordado Jorge Luz, debutó 1948 con el largometraje Cuidado con las imitaciones de Jorge Bayón Herrera y llegó a rodar
una docena de títulos mayormente exitosos hasta su disolución en 1956.
Cuando todavía llegaban fluidamente producciones europeas a las salas argentinas,
se estrenaron varias aventuras de los Hermanos Charles, un grupo paródico
musical formado en Francia a mediados de la década del sesenta, que empezó a
rodar en la siguiente logrando sucesos internacionales con títulos como Cinco locos en la guerra (Claude Zidi;
1974) entre otros.
Mucho más influyente e irreverente fue su contrapartida británica: los Monty
Python, que no sólo hicieron reír sino escandalizaron con La vida de Brian (Terry Jones; 1979) y varios largometrajes recordadísimos.

Localmente la cosa se retomó en los años setenta con figuras de la televisión reunidas
con el propósito expreso de atraer a los niños en el receso escolar invernal, pero
si los intentos abundaron, sólo los más celebrados tuvieron secuelas.
Hasta el momento gana el trio de Superagentes
integrado por Tiburón, Delfín y Mojarrita -respectivamente Ricardo Bauleo, Víctor
Bó y Julio De Grazia-, que remedó las aventuras de James Bond en clave
humorística en una decena de largometrajes rodados entre 1974 y 1986 y hasta tuvieron
una fallida vuelta con otros intérpretes en este siglo.
Pocos recuerdan que los mencionados Bañeros
fueron un desprendimiento de Brigada
Explosiva
(Enrique Dawi; 1986) y Brigada
explosiva contra los ninjas
(Miguel Fernández Alonso; 1986),
dos films pergeñados
con la fórmula de la serie estadounidense Brigada
A
(1983-1987).
Los brigadistas -los originales eran Emilio Disi, Berugo Carámbula, Alberto
Fernández de Rosa y Gino Renni- por alguna razón pierden su trabajo y…
consiguen una changa en la playa como Los
bañeros más locos del mundo
(Carlos Galettini; 1987) y las secuelas
repitieron esa consigna mínima con varios cambios de elenco.
Aventuras delirantes y de bajísimo presupuesto -una recopilación de sus efectos
especiales daría para un documental hilarante-, protagonizadas por actores de comedias
o sketchs televisivos y más cerca en el tiempo por remanentes o satélites de
las producciones de Marcelo Tinelli.
Para bien o para mal varias generaciones las han consumido y constituyen una filmografía
y aunque en el presente no tengan tanta continuidad porque la oferta para los
niños mejoró en cantidad y calidad, los adultos las ven en clave irónica o hasta
nostálgica.

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2018-07-31 00:00:00
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