La tendencia que pone nerviosos a cadenas
televisivas y programadores de todo el mundo.

La figurita es repetidísima: con cada nueva
tecnología surgen los voceros del apocalipsis para la inmediatamente anterior; pasado
un período de crisis y transformación, cada una conserva un lugar probablemente
menos central, pero propio.
El turno le llegó a la TV, que “copaba la parada” cuando a finales de los
noventa Internet entró subrepticiamente en las casas, para adueñarse de la
atención de adolescentes y niños.
Quince años después, esos chicos han crecido y la mayoría integraría la
avanzada de la llamada Generación Cero
TV.
Para hacerla corta, una generación que pasa muchas horas diarias frente a la
pantalla, pero… formalmente no “ve televisión”.
Para ellos esperar por un programa favorito, desesperar si lo pierden o tolerar
cortes publicitarios es ridículo y prefieren buscar lo que quieren ver en la
Red y verlo -los sitios de “streaming” han crecido en número y “legalidad”-
cuando disponen de tiempo.
En ese panorama se hace innecesario chequear el horario de esta o aquella
emisión, el zapping va quedando para ratos perdidos y la subscripción a un
servicio de cable se vuelve un gasto innecesario.
Esto a los programadores -seres que se devanan los sesos hurgando en ratings y
encuestas de tendencia para elegir determinada producción para determinado
horario y público- los pone en jaque, porque la manera de consumir material
audiovisual va cambiando mucho más rápido que su capacidad de adaptación, o peor:
sus ganas de adaptarse a un modelo de negocio en el que la pauta publicitaria
puede bajar mucho.
Por el momento mantienen la esperanza de que esos adolescentes y jóvenes
cambien de actitud al hacerse mayores y encallen en un sofá como Homero Simpson.

Pero la realidad de lo sucedido en mercados otrora predecibles como el musical
o cinematográfico, no dejan vislumbrar una vuelta al status quo.